Atrayendo lo que somos
La primera impresión que nos causa una persona cuando nos la
acaban de presentar o nos la acabamos de encontrar casualmente suele ser
decisiva para que lleguemos a establecer o no una relación con ella. Cuando se
trata de relaciones amorosas, se acostumbra a utilizar las palabras “flechazo”
o “química” entre esas dos personas. En general, podemos hablar de empatía o de
“feeling”.
¿Qué
buscamos cuando estamos buscando? Alguien en quien confiar, alguien que nos
entienda, alguien que comparta nuestros gustos y aficiones, alguien que vea la
vida como nosotros la vemos y alguien que nos quiera y que nos cuide como
creemos que nos merecemos. En definitiva, buscamos en los demás lo mismo que
vemos cuando nos miramos al espejo y acabamos hablándole a la imagen que vemos.
Cada vez
que imaginamos cómo serán esos compañeros que encontraremos el primer día en el
nuevo instituto o en el nuevo trabajo, los empezamos a idealizar aun sin ser
conscientes de ello. Nos permitimos la osadía de atribuirles una serie de
virtudes que desconocemos en absoluto si acabarán teniendo o no y procuramos no
verles ningún defecto. Llegado el primer encuentro con ellos, aterrizamos de
golpe y comprendemos que no se parecen en nada a lo que habíamos esperado.
Vemos que la mayoría no nos hacen ni caso, que todo el mundo tiende a ir a su
bola y que esa empatía que deseábamos sentir de inmediato con alguien se
evapora antes de haber llegado a cobrar forma.
Los
primeros días en un ambiente nuevo siempre son complicados y nos sentimos en
ellos un poco más patosos que de costumbre. No damos una a derechas y
procuramos no hacernos notar más de lo necesario para no sentirnos
constantemente en el punto de mira de todos. Nuestra inseguridad nos hace
sospechar que todos están esperando que nos equivoquemos para reírse a nuestra
costa. En realidad no es así, pero no podemos dejar de pensarlo y de sufrir con
ello.
Cuando,
finalmente, alguien se nos acerca y nos ofrece su amistad, tendemos a volver a
idealizar a esa persona, atribuyéndole sólo cosas buenas. Porque alguien tan
amable que decide acercarse a nosotros sin conocernos de nada y se ofrece para
ayudarnos con las clases o con las tareas que nos han encomendado nuestros
superiores, no puede tener nada negativo. Empezamos a confiarle a esa persona parte
de nuestra intimidad y, cuando pasado un tiempo, por el motivo que sea, nos
acaba decepcionando, nos sentimos traicionados y acabamos rompiendo la amistad
o la pareja excusándonos en que esa persona ha cambiado y ya no es con nosotros
como era al principio. Pasamos entonces por un pequeño o gran bajón y, al cabo
de un tiempo, conocemos a otra persona y la idealizamos y le acabamos confiando
nuestra intimidad. Inevitablemente, esa otra persona también nos decepciona y
partimos peras con ella. Y, después de haber vuelto a vivir la misma
experiencia con distintas personas una y otra vez, nos frustramos creyendo que
tenemos muy mala suerte con nuestros amigos o nuestras parejas. Porque nadie
resulta ser lo que parece ser. Todos nos acaban engañando, aprovechándose de
nuestra buena voluntad y de nuestros sentimientos. Qué pena nos damos a
nosotros mismos por estar rodeados de gente que no nos merece.
¿Por qué
atraemos a ese tipo de gente que siempre nos acaba fallando? Quizá porque no
podemos evitar idealizar a esas personas incluso antes de llegar a conocerlas.
No nos atraen las personas que conocemos realmente sino las que creemos
conocer. Y estas últimas nunca son reales, siempre son un caprichoso producto
de nuestra mente. No nos enamoramos de la persona que acepta nuestra invitación
para salir, sino de la persona que creemos que es. Por eso desde el primer
momento, queremos que cambie. Tiene que cambiar su manera de pensar, su manera
de vestir, los amigos que frecuenta, los libros que lee o el tipo de cine que
ve, para parecerse lo más posible a esa imagen ideal que nos hemos formado de
ella. Cualquier distorsión de esa imagen puede dar al traste con una relación
que justo empieza.
Lo que no
sabemos es que esa imagen ideal corresponde, en realidad, a la imagen que nos
gustaría mostrar de nosotros mismos. No soportamos los defectos en el otro
porque nos hacen recordar nuestros propios defectos y siempre acaban
superándonos y crispándonos los nervios.
Hace
muchos años se hablaba de la pareja como de dos medias naranjas que un día se
encontraban para complementarse. Es preferible creer que un ser humano es una
totalidad en sí misma, que lejos de necesitar complementarse con otro ser
humano, lo que necesita es establecer relaciones sanas en las que ninguno de
sus miembros le imponga nada al otro.
Jorge
Bucay, en su libro El Camino de la Autodependencia, define el amor como
“ayudarle al otro a que sea quien es, independientemente de que después nos
siga queriendo o no en su vida”.
Antes de lanzarnos a buscar amigos o pareja, deberíamos tener
muy claras dos cosas: Quiénes somos verdaderamente y Qué queremos encontrar en
los demás.
i
En la
mente humana hay más espejismos que en cualquier desierto. Nos engaña
fácilmente y nos muestra sólo lo que cree que queremos ver y nosotros acabamos
creyendo lo que creemos que vemos. Todo un galimatías que acaba provocando
buena parte de las decepciones que sufrimos en la vida.
Abramos
bien los ojos y, antes de salir de casa, mirémonos bien al espejo. Seamos
objetivos con la imagen que vemos de nosotros mismos y no busquemos en otro lo
que creemos que nosotros no podremos llegar a ser. Intentemos convertirnos en
quienes queremos ser realmente y seguro que, cuanto volvamos a atraer la
atención de alguien nuevo, ese alguien también responderá mucho mejor a
nuestras verdaderas expectativas.
Estrella
Pisa
Psicóloga
col. 13749
Comentarios
Publicar un comentario