Formación y Empleo: Mundos Paralelos

En un país como España, en el que la crisis que empezó a finales de 2007 ha dejado un panorama de cinco millones de parados, cuesta entender que haya muchas empresas que no encuentren trabajadores para desarrollar sus proyectos o elaborar sus productos. Pero, por surrealista que parezca, es real.

Nunca antes en nuestra historia habíamos tenido tantos estudiantes en las universidades, pero al tiempo, tampoco nunca antes habíamos tenido tantos jóvenes abandonando los estudios antes de acabar la secundaria obligatoria. Entre ambos extremos, nos encontramos con personas que en su día apostaron por seguir una formación profesional que les abrió las puertas a un mundo laboral que les ha permitido seguir formándose y adquirír una serie de competencias que les han convertido en buenos profesionales que la mayoría de las empresas buscan, pero no siempre encuentran. Porque la mayoría de esas personas están trabajando y no siempre se arriesgan a cambiar de empresa.

Hay muchísima gente buscando trabajo y algunas empresas buscando trabajadores, pero las demandas de unos no se ajustan a las ofertas de los otros. Es como si empresas y trabajadores potenciales habitasen mundos distintos, discurriendo por caminos paralelos que no llegan a cruzarse nunca. Este hecho revela una realidad dramática y no es otra que no estamos educando ni formando personas para desenvolverse adecuadamente en el mundo laboral real. Las escuelas de primaria y secundaria, pese a haber introducido en las aulas las denominadas TIC (tecnologías innovadoras en educación), no han cambiado en los contenidos ni en los métodos de evaluar los logros de los alumnos. 

Siguen enseñando a memorizar infinidad de datos y a llenar la agenda de esos alumnos con un montón de materias para estudiar y de ejercicios y trabajos para realizar en casa, no dejándoles tiempo para que aprendan a cuestionarse lo que están estudiando, ni tampoco para desarrollar el sentido crítico. Les llenan la mente de información, pero  luego les obligan a cerrarla con llave, para que no se les escape. Pero impidiéndoles también que la trabajen por su cuenta, dándole la vuelta, examinándola desde otros ángulos, contrastándola con otras fuentes que puedan refutarla. Piensan que las mentes de los niños y adolescentes son como un recipiente vacío que hay que llenar a toda costa para justificar ante sus padres que el trabajo de los profesores no ha sido en vano porque se les ha enseñado algo. Pero ese algo, si el estudiante no lo trabaja y desarrolla adecuadamente, adaptándolo a su situación particular, difícilmente le servirá de nada.

Algo parecido sucede en las universidades. España es un país en el que en las últimas dos décadas han proliferado muchas de ellas. La situación económica de los años 90 propició que la población llegara a creerse el slogan de “España va bien”. Todos perdimos un poco el norte en aquellos años y en los que les sucedieron. Todos nos creímos que todos podíamos alcanzar cualquier cosa y nos hipotecamos de cabeza en un intento de vivir mejor, para acabar cayendo en picado unos años después. La gran burbuja en la que todos vivíamos explotó y nos mandó a todos de vuelta a una realidad que ya no reconocíamos como la que siempre había sido la nuestra. La vida siempre acaba poniendo a cada uno en el sitio que le corresponde.

Antes del gran estallido, la mayoría de los padres creyeron que lo mejor para sus hijos era enviarles a la universidad. Lo que estudiasen les daba igual, porque lo que contaba era que tuviesen la carrera que ellos no se habían podido permitir.  Las personas siempre acabamos cayendo en el mismo error cuando se trata de los hijos. Siempre creyendo que son una prolongación de nosotros mismos y que tenemos la obligación de darles lo que nosotros no tuvimos. Olvidamos que sus mentes no se parecen en nada a las nuestras, que sus sueños son otros sueños y que sus vidas las tienen que pelear ellos mismos.

Muchos chicos y chicas que pensaban estudiar una disciplina concreta, ante la imposibilidad de entrar en la facultad correspondiente por no haber alcanzado la nota de corte, optaban por matricularse en estudios que ni se habían planteado, sólo por el hecho de entrar en la universidad y seguir haciendo lo mismo que sus compañeros. Estudiar se había convertido en una especie de moda a la que no se podía renunciar.

Ahora tenemos un alto porcentaje de jóvenes licenciados y graduados, algunos en más de una carrera, que nunca han tenido un contrato de trabajo. En muchos de los casos en que lo consiguen, lo hacen con un contrato de prácticas por un sueldo de entre 600 y 800 euros al mes por cuarenta horas a la semana o incluso alguna más.  Si comparan esos contratos con los que tienen algunos de sus antiguos compañeros de la ESO que se decantaron por ciclos formativos de grado medio o superior, no les costará entender que escogieron la opción equivocada. Cierto es que, entre los parados, también hay mucha gente que estudió una formación profesional y que, por diversas circunstancias, no tuvo éxito en sus anteriores ocupaciones. Pero, en general, son más los que se han mantenido en activo y desarrollado un currículum competente.


España no es un hecho aislado, la mayoría de los países vecinos padecen la misma situación. Candidatos muy formados que no encajan en las necesidades reales de las empresas frente a otros candidatos que no han acabado ni los estudios obligatorios. En un mundo globalizado, en el que priman la competencia y la reducción de costes, se requiere de trabajadores cualificados, capaces de trabajar de operarios en una fábrica (por poner un ejemplo) pero no haciendo trabajos manuales, sino programando adecuadamente la maquinaria que ha de producir esas piezas, esos envases o esos  productos alimentarios.

Las escuelas y universidades no forman a las personas para integrarlas en el mundo laboral, sino que les procuran una información que luego esos licenciados o graduados deberían actualizar y contrastar para encajarla en la realidad que se encontrarán cuando finalicen sus estudios. Sólo los alumnos que hayan aprendido a pensar por sí mismos, a adaptar todo aquello que saben al entorno en el que tengan que desenvolverse y a cuestionarse las teorías estudiadas, aventurándose a probar nuevas hipótesis, tendrán posibilidades de llegar a trabajar en el campo para el que se han preparado. El resto tendrá que conformarse con realizar otro tipo de trabajos o plantearse la idea de emigrar a algún país emergente que pueda ofrecerles la oportunidad que España no les puede ofrecer.

La formación universitaria ya no es garantía de nada, porque hemos alterado la ley de la oferta y la demanda. Cuando un país forma la cantidad de médicos, abogados, economistas, arquitectos o maestros que realmente va a necesitar en los próximos años, no será difícil que todos esos titulados encuentren una oportunidad de empleo que además esté debidamente remunerada.

El problema viene cuando el número de ofertas de empleo es el mismo, pero el número de aspirantes a ellas se dispara descontroladamente. Al aumentar los candidatos, las empresas que ofertan las vacantes de empleo a cubrir, pueden permitirse el lujo de poner el listón más alto y elegir sólo a los mejores, ofreciendo salarios mucho más bajos. Esta nueva estrategia deja fuera del mercado a muchos de los candidatos y acaba precarizando la situación laboral de la mayoría de los universitarios que tienen la suerte de acceder a un primer empleo que se ajuste a su formación.


Se da la paradoja de que, mientras las universidades bajan las notas de corte para que puedan acceder a ella mayor número de estudiantes, las empresas elevan después los requisitos para que esos mismos estudiantes puedan acceder a sus vacantes. Da la impresión de que ambas transitan por caminos destinados a no encontrarse nunca.
    
                 Ilustración encontrada en: universos paralelos/sciencephoto.com

Si tenemos en cuenta la cantidad de nuevos estudiantes que se matriculan cada año en nuestras universidades, este problema no se va a solucionar fácilmente. La precariedad laboral nos va a seguir acompañando y el porcentaje de jóvenes en el paro no va a descender, a menos que todos empecemos a cambiar el chip y provoquemos un acercamiento entre esos dos mundos paralelos que, al menos hasta el momento, parecen negarse a converger y a aprender a ir de la mano. 

Porque de nada sirve una formación que no forme a las personas para adaptarse a sus futuros puestos de trabajo, sean los que sean.

Gracias a internet, tenemos acceso ilimitado a la información. Aprovechémoslo en nuestro propio beneficio accediendo de forma gratuita a los conocimientos que las empresas necesitan que dominemos. 

Perdamos el miedo a abrirnos a nuevas posibilidades y hagamos de la proactividad y de la iniciativa nuestras mejores tarjetas de visita cada vez que acudamos a una entrevista de trabajo.

Ahora lo que vende no es lo mismo que vendía hace unos años, cuando había más oportunidades de trabajo y la competencia era menor.

Ahora lo que hace que se decidan por uno u otro candidato es la capacidad de sorprender al entrevistador, ofreciéndole una visión diferente y más positiva de la realidad, aportándole soluciones originales a las hipotéticas situaciones problema que se plantean en la entrevista. Y ese saber estar, ese talante y esa actitud no se aprenden en ninguna universidad. Se gestan con la persona y se van moldeando con cada una de sus experiencias en la vida.


Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749



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