Faros luminosos o Pozos sin fondo
Nuestro organismo es un complejo sistema biológico
perfectamente organizado. Empieza con pequeños átomos que convergen en pequeñas
estructuras que conforman células de distintos tipos, dependiendo del órgano
del que acabarán formando parte. Estos órganos están interconectados entre
ellos por un sofisticado entramado de conductos arteriales, venosos, linfáticos
y nerviosos. Todo ello gobernado por las diferentes áreas cerebrales y el
modo cómo regulan las hormonas que se acaban vertiendo en el torrente sanguíneo
o cómo se activan los diferentes ejes que intervienen en el procesamiento del
estrés, por ejemplo.
A parte de las neuronas, que suponen tan sólo alrededor de la
mitad del volumen del sistema nervioso central, en el cerebro existen
diferentes células de soporte que se encargan de velar por el bienestar de las
neuronas, procurándoles constantemente el oxígeno y los nutrientes que ellas no
pueden almacenar, dadas sus peculiares características. A diferencia de otras
células del organismo, las neuronas no pueden ser reemplazadas cuando mueren.
Por ello, el papel de las células de soporte es tan importante para nuestra
supervivencia. En el sistema nervioso central, las células de soporte más destacables
son las que constituyen la denominada neuroglía. Ésta actúa amortiguando física
y químicamente a las neuronas, rodeándolas y manteniéndolas fijas en su lugar,
controlando el suministro de algunas de las sustancias químicas que necesitan
para intercambiar mensajes con otras neuronas. También las aíslan entre sí,
evitando que los mensajes neurales se mezclen e incluso actúan como “amas
o amos de casa”, destruyendo y eliminando los restos de las neuronas que han
muerto a causa de alguna lesión o por envejecimiento. Los dos tipos de células
gliales más importantes son los astrocitos y la oligodendroglía. Los astrocitos
tienen forma de estrella y proporcionan soporte físico a las neuronas,
limpiando los desechos del cerebro. También proporcionan a las sinapsis una
especie de cabina de aislamiento que mantiene la privacidad de las
conversaciones entre neuronas. Vendrían a ser algo así como los faros que velan
porque las neuronas no colapsen unas con otras, como barcos perdidos en una
tempestad en medio del océano en una noche sin luna ni estrellas.
En las antípodas de los astrocitos, en el organismo también
existen otras células que hacen justamente lo contrario de las primeras. Son
las llamadas “killer cells” o células asesinas. Son aquellas que intervienen en
las enfermedades autoinmunes, confundiendo cualquier célula sana con una célula
enferma o con un virus. Enfermedades como el asma, la psoriasis o diferentes
tipos de alergias obligarían a quienes las padecen a mantener una lucha
constante contra esas células que, lejos de facilitar las cosas, lo que hacen
es acabar con todas las células que encuentran a su paso, convirtiendo a la
persona que ha de padecer las consecuencias en el peor enemigo de sí
misma.
Células asesinas o killer cells.
Si extrapolamos el comportamiento de los astrocitos y las
killer cells al comportamiento de las personas, no nos resultará muy difícil
identificar, entre las personas con las que interactuamos diariamente, quiénes
se comportan como faros y quiénes lo hacen como pozos sin fondo.
Se comportan como faros esas personas que, ante cualquier
situación, siempre son capaces de encontrar un modo de resolverla sin agobiarse
más de lo necesario. Son esas personas que siempre sonríen, que siempre tienen
una palabra amable, que saben perdonar y pedir perdón, que priorizan el bien de
todos en detrimento del bien propio, que ante el caos, siempre serán capaces de
encontrar una luz, por débil que sea, y encenderán con ella la esperanza en los
demás. Esas personas tienen las mismas debilidades que aquellos a los que
pretenden guiar, pero han aprendido a disimularlas y deciden tomar la
iniciativa y responsabilizarse de su propia suerte y de la de los demás. A
veces consiguen que los barcos lleguen a puerto con todo el pasaje sano y
salvo. Otras veces, tendrán pérdidas que lamentar. Porque la vida siempre es
imprevisible. Pero ellas no dejarán de intentar poner sus granos de arena y sus
partículas de luz para facilitar un poco el día a día de las personas con
quienes interactúan en sus vidas.
La imagen viene a reproducir el lamentablemente desaparecido
Faro de Alejandría, conocido como la séptima maravilla del mundo.
Hay otras personas que se comportan como pozos sin fondo
hacia los que acaban arrastrando a todos aquellos que intentan ayudarlas a
salir. Son esas personas que ya parecen haber nacido sin ganas de vivir, porque
más que caminar, gatean como si las cabalgase un monstruo espeluznante que no
les permitiese levantar la cabeza y ver la luz del sol. Esas personas son
incapaces de encontrar nada positivo en sus vidas. Si fracasan en lo que
intentan dan por hecho que ellas nunca tendrán suerte en nada y, si un día
consiguen algún éxito, lo atribuyen a la casualidad o a alguna equivocación de
quien les ha evaluado. Siempre se quejan de todo y de todos. No se emocionan ni
demuestran sus afectos, porque son incapaces de creer que algo bueno les puede
pasar. Soportan una especie de depresión perpetua, pero no hacen nada por
librarse de ella. Si acuden en busca de ayuda psicológica o psiquiátrica, son
capaces de volver loco a cualquier profesional, porque se encastarán en no
aceptar ninguno de los diagnósticos que les hagan y cambiarán de uno a otro,
escudándose en que nadie les puede ayudar porque nadie les entiende. Se pasan
la vida creyéndose víctimas de todo y de todos, culpando al mundo, a los otros
y a todo de todo su sufrimiento. Pero no hacen nada por abandonar ese círculo
vicioso, ese pozo sin fondo en el que han caído y del que parecería que no
quieren llegar a salir. Joel S. Bergman describió muy bien a estas personas en
su libro “Pescando barracudas”
Viendo las diferencias entre unas células y otras y entre
unas personas y otras, sólo está en nosotros decidir si queremos imitar a los
astrocitos o a las células asesinas, dependiendo de que prefiramos vivir en la
luz o en la oscuridad.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
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