Entre Velos, Banderas y Credos
En las últimas semanas ha saltado a la palestra la polémica
por la prohibición del uso de una prenda llamada “burkini” en la Costa Azul
francesa.
Desde los
últimos atentados terroristas en el país vecino, se han incrementado los
recelos hacia todo lo que tiene que ver con el mundo islámico y con sus
tradiciones ancestrales. Vemos a una mujer cubierta por un velo o por un burka
y enseguida la asociamos con un supuesto marido autoritario que recorta todas
sus libertades. La realidad es que subestimamos demasiado a esas mujeres, que
muchas veces son ellas mismas las que toman la decisión de vestir esas prendas,
por seguir la tradición familiar, por sus creencias o por su pudor a mostrar su
pelo o parte de su cuerpo en público. Muchas de ellas tienen estudios
superiores y han tenido padres que no les han impuesto nada, educándolas en
libertad y enseñándolas a cultivar su sentido crítico.
Cierto es
que también hay una proporción de esas mujeres a las que sí se les han
inculcado desde niñas que deben dedicar su vida a obedecer y satisfacer en todo
a sus maridos. Pero, para encontrar ese tipo de sumisión, no hace falta ir a
buscarlo expresamente al mundo islámico. Bastaría con hurgar en algunas
familias de ferviente fe católica de nuestro país y seguro que hallaríamos ese
tipo de mujeres en todas las épocas. Por descontado, también en la
actual. Del mismo modo, las hallaríamos en las familias que siguen
educando por separado a sus niñas de sus niños, reservando para ellas las
muñecas y las cocinas, y para ellos las pistolas y los camiones. Luego nos
escandalizamos cuando cada año los noticieros van actualizando día a día la
cuenta de las mujeres asesinadas por sus maltratadores. Nos resistimos a tomar
conciencia de que el maltratador y la víctima se empiezan a modelar desde sus
respectivas cunas.
Aprendemos
por imitación las conductas de quienes nos educan. Ellos son como el espejo en
el que nos vemos reflejados y, con cada cosa que nos enseñan de ellos mismos,
vamos construyendo la persona que seremos en el futuro.
Muchas veces culpamos a las religiones o a las escuelas cuando no estamos muy satisfechos de las personas en las que hemos acabado convirtiéndonos. Olvidamos demasiado a la ligera que en este mundo todo es muy relativo, que los extremos siempre resultan peligrosos y que un mismo libro o una misma oración pueden tener tantas interpretaciones como lectores u oyentes.
En
psicología social se estudian muchos sesgos cognitivos. Uno de ellos es la
llamada “correlación ilusoria”. En ella se percibe la relación entre dos
variables como más fuerte de lo que en realidad es. En estos momentos, en
Europa se está cayendo en este sesgo al relacionar terrorismo islámico con la
comunidad musulmana en general, del mismo modo que la sociedad norteamericana
cayó en el mismo error tras el 11S, sembrando el terror en Afganistán y en Irak
con la ayuda de la OTAN.
Ese tipo de prejuicios también hicieron que la sociedad alemana mirase para otro lado mientras que miles de judíos que habían sido sus vecinos y sus amigos, eran confinados en campos de concentración, de los que la mayoría de ellos salieron convertidos en humo a través de sus chimeneas.
En EEUU, Martin Luter King murió asesinado en 1968 mientras luchaba por la igualdad entre blancos y negros. Cuarenta y ocho años después, es precisamente un hombre de raza negra quien ostenta la presidencia de aquel inmenso país. Parecería que el sueño de Luter King se hubiera cumplido. Pero nada más lejos de la realidad, porque cada semana alguien de raza negra sigue muriendo a manos de la policía en enfrentamientos callejeros, en manifestaciones o en simples controles de carretera.
Los
prejuicios siguen campando a sus anchas por todo el planeta. Y entre sus
desencadenantes no sólo encontramos la diferencia de raza, sino también la
diversidad de género, de ideología política, de credos religiosos o incluso de
equipo de fútbol.
Tendemos
a creer que las personas que pertenecen a nuestros mismos grupos coincidimos en
muchas cosas, pero que en el fondo todos somos diferentes y tenemos un sello de
identidad particular. En cambio, cometemos el tremendo error de dar por hecho
que las personas que pertenecen a otros grupos distintos a los nuestros, son
todas iguales, como cortadas por el mismo patrón, hasta el punto de que, cuando
una de ellas comete una infracción o un delito, extendemos su culpa a todas las
demás. Quizá ello explique porqué demonizamos ahora tan a la ligera a los
musulmanes como hace ochenta años media España demonizaba a todos los “rojos”
porque una parte ellos se pasaban de la raya matando a monjas y quemando
iglesias.
Las masas
siempre son peligrosas, porque nos obligan a ver el bosque, pero nos impiden
ver los árboles. Hay masas que se forman en torno a una convicción política y
se manifiestan durante horas enarbolando banderas que les unen en una única
voz: la de la reivindicación.
Unos
exigen el derecho a la independencia de su región, otros celebran el día del
orgullo gay, otros piden la libertad de sus presos u otros reclaman el derecho
a la vida de los aún no nacidos. El caso es que, cuando un individuo se une a
una masa integrada por otros individuos, deja de ser y de actuar como lo haría
en solitario y acaba sometiéndose a los dictados de dicha masa. Muchos estudios
han demostrado que personas incapaces de mostrar iniciativa ni de tomar
decisiones importantes por sí mismas, cuando forman parte de una masa, se
crecen y pueden llegar a hacer cosas de las que ni siquiera ellos mismos se hubiesen
creído capaces. Porque la masa diluye la responsabilidad. Este hecho ha quedado
patente en muchas situaciones de guerra y explicaría las muchas atrocidades que
se llegan a cometer en nombre de una patria, una bandera o un credo.
Conseguir
que un velo, un burka o un burkini sólo signifiquen lo que crea quien decida
llevarlos o no llevarlos, que una bandera no nos llegue a costar la vida para
que un político que no tenga nada que ver con nosotros sea el que consiga sus
propios intereses a costa de nuestra lucha y de nuestra sangre y que cualquier
religión pase a ser una opción de fe que elija o no elija cada uno libremente,
sin coacciones y sin lavado de cerebros.
Estrella
Pisa
Psicóloga
col. 13749
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