Arrepintiéndonos... o no

Todos hemos experimentado alguna vez la sensación de no haber hecho lo correcto y hemos caído en la obsesión de pensar que, si pudiésemos volver atrás, lo haríamos todo de manera muy diferente. Es como si diéramos por hecho que, de tener la oportunidad de volver atrás, lo haríamos con la experiencia que tenemos ahora. Craso error y absurda forma de intentar consolarnos o martirizarnos con todo aquello que no nos gusta y nunca podremos cambiar.

Porque los hechos son los que son y en la vida real no existe una goma de borrar gigante que pueda negar la existencia de los episodios que no nos convencen de nuestro pasado. Algunos lo prueban jugando con la memoria, evitando los recuerdos menos gratos e inventando otros más placenteros para rellenar con ellos los huecos de la vergüenza y el deshonor.



De tan previsibles que somos los humanos, muchas veces resultamos patéticos. Son muchos los que optan por pasarse la vida lamentando aquello que están convencidos de que pudo ser y no fue. Incluso en algunos pueblos y ciudades de la costa mediterránea existe el llamado “banc del si no fos” (banco  del si no fuese).  Dedican buena parte de sus encuentros con otras personas a quejarse de sus respectivas vidas y a preguntarse una y mil veces qué habría sido de ellos o de ellas si hubiesen tomado otras decisiones, si se hubiesen enamorado de otras personas o hubiesen escogido otras profesiones, si hubiesen tenido más hijos o no hubiesen tenido ninguno, si hubiesen viajado más o incluso si se hubiesen aventurado a emigrar a otro país.

Qué fácil resulta siempre recurrir a la queja para justificarse…

El pasado no se puede cambiar y, aunque se nos concediese el poder de hacer cambiar de opinión a las personas que éramos años atrás cuando se supone que tomamos las decisiones equivocadas que tanto lamentamos ahora, no seríamos capaces de convencerles. Porque aquellos que fuimos no tenían la experiencia suficiente como para poder entender nuestras argumentaciones de ahora, por muy de sentido común que ahora las sintamos.

Para avanzar en la vida, la equivocación resulta un ingrediente imprescindible. No hay ascenso sin caídas ni éxito sin esfuerzo y dura batalla por lo que se pretende conseguir.
Lo único que está en nuestra mano pasa por dos opciones:
      -      Si al mirarnos en el espejo estamos orgullosos de lo que vemos, sólo nos cabe agradecer todo lo que nos ha pasado en la vida hasta llevarnos a este momento ideal. Por todo, se entiende n los episodios buenos, pero también los malos.
     -    Si ante el espejo no nos convence lo que vemos, la solución no es evocar un pasado que no nos convence y que ya no podemos cambiar, sino mirar hacia adelante y preguntarnos qué podemos hacer para empezar a cambiar nuestro presente, empezando por cambiar nuestra actitud ante la vida.

En teoría, todo esto tendría mucho sentido y constituiría una manera muy saludable de afrontar nuestro día a día, pero en la práctica parece que siempre nos cuesta un poco más.

No hemos de olvidar que venimos de una educación y de una tradición judeo-cristiana, en la que, aunque no lo parezca, dada la supuesta laicidad de nuestra sociedad actual,  seguimos llevando grabados a fuego los supuestos diez mandamientos de la ley de un supuesto Dios Todopoderoso.

En esa tabla de la ley de Moisés, se nos intenta dejar muy claro todo lo que no podemos hacer y se nos exigen muestras de arrepentimiento y de humildad si pretendemos hacernos perdonar por nuestros actos equivocados. Tanto es así que incluso en los juicios siguen haciendo jurar sobre la biblia a los testigos y a los acusados y a éstos últimos se les sigue preguntando si se arrepienten de aquello que hicieron.

Como si arrepentirse sirviese para cambiar los hechos o para borrarlos.

De los errores tenemos que servirnos para aprender a mejorar. Tratar de enterrarlos, ocultándolos de nuestros supuestos jueces, es un modo de perpetuarlos y de acabar haciéndolos crónicos.

Cada uno de nosotros somos el resultado de todos los pasos que hemos dado hasta llegar a donde nos encontramos ahora y a ser quienes somos actualmente. Avergonzarse de cualquiera de esos pasos es como negarnos un poco a nosotros mismos.



Aceptarnos solamente cuando el tiempo nos demuestra que tomamos las decisiones correctas sería tan cruel como que nos gustasen los árboles solamente en primavera, cuando rebosan de esplendor y de vida. De los árboles nos estaríamos perdiendo los espectaculares cambios de color que experimentan en otoño y de nosotros mismos nos estaríamos privando de una parte de nuestra vida que es precisamente la responsable de que seamos quienes somos y no otros.


Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749

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