Afrontando otra Navidad

Todos los meses de diciembre nos encontramos con muchas personas que se quejan de las fiestas navideñas, pero cada año volvemos a caer rendidos bajo los efectos del halo de despilfarro y despropósito que las envuelve y contribuimos a construir un mundo de deseos y sentimientos de cartón piedra, porque pasado el empacho de marisco y de turrón, dejamos que se lo lleve el viento y volvemos a instalarnos en nuestro mundo de envidias, olvidos y egos resentidos hacia quienes se supone que tanto amábamos en Navidad.


No faltan quienes se deprimen en estos días, porque esa nube de sentimientos prefabricados lo invade casi todo y nos hace más conscientes de la ausencia de nuestros seres queridos, ésos que ya llevan años sin poder sentarse a nuestras mesas por haber muerto demasiado pronto o por haberse ido a vivir demasiado lejos. Dicen que la distancia es el olvido, pero los recuerdos siempre resucitan por Navidad, como si el resto del año se nos durmiese la memoria y se nos congelase el corazón.

En 1985, la escritora Montserrat Roig (a quien lamentablemente perdimos en 1991) escribió un artículo sobre la Navidad que, más de treinta años después, cualquiera que lo leyese por primera vez podría pensar que lo ha escrito hoy mismo:

"Durante unos días, muchos sueñan que son marineros. La televisión presenta recetas de felicidad que parecen estar al alcance y el mundo se vuelve obscenamente bueno. Todos los años se cumple el ritual. A pesar de la tecnología, todavía se celebra la entrada en el solsticio de invierno con fantasía a pequeñas dosis. 

La imaginación se desborda días antes de que se cante el Gordo, luego los marineros no se embarcan y los afortunados se vuelven cautelosos. Pondrán todo el dinero en el banco y mentirán porque se sienten culpables. Son millonarios sin haber sudado y empezarán a tener miedo si cuentan la verdad de lo que han ganado.
           
                                     Montserrat Roig fotografiada por Pilar Aymerich
Las familias imaginan que se quieren y, entre turrones y candelabros, se olvidan herencias e incluso el deseo de matar al hermano. El mundo se para por un día y las miradas se vuelven interiores. Se cambia la amante por la esposa, el engaño por el marido, y muchos recuerdan que en casa hay niños. Las guerras lejanas hacen una tregua. Así el respiro les permite empezar con más brío al día siguiente.
Hay que cumplir con la gran farsa del amor. El sol pagano se convierte en un niño divino y esta hermosa historia, real o no, vuelve a ser creíble por un día. Por un día, porque más, no se resistiría."

En su artículo, Montserrat Roig habla del solsticio de invierno y del sol pagano. Porque la Navidad, como la conocemos hoy, no empezó a celebrarse hasta pasados algunos siglos desde la muerte de Jesucristo.

Antes de que naciera Jesús de Nazaret, muchos pueblos celebraban la entrada del solsticio de invierno y el nacimiento del sol, pues a partir del 21 de diciembre, los días empiezan a ser más largos. Fue la iglesia romana la que, más de trescientos años después de la muerte del mesías al que los propios defensores de esa iglesia decidieron aniquilar en la cruz, la que decidió convertir las fiestas del nacimiento del sol en el culto a la fecha del nacimiento del llamado “hijo de Dios” y marcaron el día 25 en el calendario. Pero, en realidad, nadie sabe en qué día del mes de diciembre nació Jesús.

Después, en cada época histórica los personajes de turno y los acontecimientos que se sucedieron fueron modificando y perfilando una historia que no se sostiene por ninguna de sus supuestas bases. En el último siglo estas fiestas han desembocado en un espectáculo de descontrol y desenfreno en el que se dan cabida todos los excesos que condenaban los diez mandamientos de la supuesta ley de Dios. Comemos como si no hubiese un mañana, gastamos el dinero que no tenemos para quedar bien con aquellos que nos importan bien poco el resto del año, pero a quienes hemos de hacer creer que adoramos en estos días para quedar a su misma altura, porque ellos hacen lo mismo con nosotros. Fingimos un amor al prójimo y un altruismo desmedido que olvidamos tan pronto como termina la cabalgata de los Reyes Magos y luego nos quejamos, como todos los años, de la empinada cuesta de enero que nos devuelve de nuevo a esa realidad en la que volveremos a oír comentarios del tipo: “Menos mal que ya se han acabado las dichosas fiestas”.

Pero el próximo diciembre volveremos a sucumbir al embrujo de las lucecitas, los bombones y las cajas envueltas en lazos brillantes, porque en el fondo nos encanta huir de la realidad aunque sea por unos días y seamos conscientes de que estas celebraciones tienen muy poco de divinas y demasiado de mundanales intereses comerciales.


Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749


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