Neuronas y Personas

Estamos tan habituados a creer que lo controlamos todo, que a veces nos olvidamos con mucha facilidad de lo vulnerables que podemos llegar a ser. Habitamos un mundo en constante movimiento y sujeto a cambios cada vez más acelerados. Día tras día, nos levantamos como autómatas programados para rendir al cien por cien y no bajar la guardia ni un segundo. Intercalamos vida familiar, social y laboral con una habilidad que no nos sorprende porque no somos conscientes de ella. Porque vamos todo el día con el piloto automático activado y damos por hecho que todo lo que hacemos al cabo de ese día es precisamente lo que tenemos que hacer para no dejar de sentirnos personas normales en una sociedad que, analizada desde otra cultura, parecería una tremenda casa de locos.

A medida que pasan los años y nos replanteamos esa actividad frenética, el cuerpo nos empieza a pasar factura. Aparecen desajustes en nuestras analíticas y en nuestro aspecto físico, haciéndose un hueco importante en nuestro vocabulario expresiones y vocablos a los que hasta ese momento no les habíamos dado la mínima importancia: colesterol alto, triglicéridos, ácido úrico, arritmias, sobrepeso, marcadores de riesgo, diabetes, hipertensión, ansiedad, crisis de angustia, etc.

Los primeros síntomas que acusamos no tienen por qué convertirse en pronóstico de una enfermedad fatal, pero tampoco los hemos de dejar caer en saco roto. Los síntomas son la única vía de comunicación que encuentra nuestro organismo para avisarnos de que algo no va como debería ir. Si los desoímos, sólo agravamos el problema. Algunos de esos síntomas que han contribuido a salvarnos la vida en infinidad de ocasiones son el dolor o la fiebre, aunque también hay otros como la ictericia o la pérdida súbita de conciencia.

Si hacemos caso omiso de ellos, nuestro cuerpo puede sorprendernos con episodios mucho más serios, de los que no siempre podemos salir airosos: una crisis cardíaca, una pancreatitis aguda, un coma glucémico o una cirrosis hepática podrían ser ejemplos lo suficientemente preocupantes como para tomarnos un poco más en serio nuestra salud.

Cuando hablamos de enfermos cuya situación es irreversible a menos que se realice el trasplante de alguno de sus órganos vitales, hasta ahora nos ha venido a la mente la imagen de los donantes de órganos. Personas de una generosidad inmensa que hacen constar ante sus familiares su voluntad de que, en caso de fallecimiento, donen sus órganos para que salven otras vidas.

En los últimos tiempos, los avances científicos han hecho posible que esos trasplantes de órganos no sean la única opción para algunos de esos enfermos. El cultivo de células madre en laboratorios está consiguiendo resultados muy esperanzadores que, en algún caso, ya han hecho posibles recuperaciones de movilidad que hasta ahora se hubiesen considerado un milagro. Las aplicaciones de la biónica a la medicina han logrado adaptar prótesis que permiten total autonomía a miembros amputados o no desarrollados en el momento del nacimiento.

En poco tiempo, muchas personas que viven ligadas a una silla de ruedas, tendrán la opción de volver a caminar y de mejorar su calidad de vida. Otras que hasta ahora no han podido ver u oír, tendrán opciones reales de llegar a hacerlo, gracias al desarrollo de dispositivos que puedan conectarse a las zonas del cerebro implicadas en sus limitaciones sensoriales.

Del mismo modo que se cultivan células madre en el laboratorio y que se han empezado a utilizar impresoras 3D para reproducir órganos a partir de esas células madre que puedan ser trasplantados al paciente y puedan ayudarle a superar su enfermedad sin correr el riego de la incompatibilidad o el rechazo, también se está empezando a investigar con neuronas. Neuronas sanas que puedan multiplicarse en placas de Petri. Estos experimentos que se están llevando a cabo con ratones por el Profesor Scheffler, un neurocientífico de la Universidad de Florida, podrían derivar en nuevos tratamientos para afrontar el Alzheimer o la Epilepsia.


Hasta el momento, los resultados apuntan a que estas neuronas precursoras del desarrollo del cerebro responden de una forma similar a como lo hacen las células sanguíneas que se crean a partir de las células precursoras de la médula ósea. Descubrimiento que en su día derivó en avances en el trasplante de médula ósea para tratar algunos casos de leucemia.

Gracias a todas estas investigaciones y a los avances de la revolución tecnológica, todos estamos más cerca de vivir más tiempo y de sentirnos más ágiles y más fuertes. Pero ese vivir más y con más garantías de poder superar los achaques propios de la edad, debería traducirse en el deseo unánime de querer sentirnos más plenos y mucho más tranquilos.

De nada nos va a servir vivir cien años si los pasamos tan acelerados y tan angustiados por la incertidumbre de lo que nos encontraremos mañana, que no nos dé tiempo a disfrutarlos.

La vida es un regalo y cada una de las personas que nos encontramos en ella una oportunidad de aprender nuevas cosas, nuevas formas de ver y de entender lo que nos pasa y lo que les pasa a los demás, en función de las cosas que nosotros hacemos o decidimos.

Vivir para ir todo el día en modo piloto automático… no es vivir;  es figurar, es pasar de largo, es no comprometerse con la propia mente ni con el propio cuerpo. Es pretender ser un mero espectador de la vida de los demás, negándonos a ver la nuestra.

No hay que tener miedo de estar vivo. De sentir, de conectar con los otros, de ofendernos cuando conviene, de renegar, de manifestar nuestro acuerdo o desacuerdo con lo que pasa a nuestro alrededor.

No hay que resignarse ante lo que creemos nuestro único escenario posible. Porque miles de otros escenarios existen y le sirven cada día a muchas personas. Aventurémonos a descubrirlos, aunque tengamos que cruzar hasta el otro lado del mundo para encontrarlos. En nuestra mente, todos los días, millones de neuronas de proyección viajan de una parte a otra de nuestro universo cerebral para encontrar las respuestas que nuestro organismo necesita para seguir funcionando. ¿Tanto nos cuesta entender que las personas somos como las neuronas que nos gobiernan? Ellas son nuestras precursoras y absolutamente todo lo que hacemos empieza en ellas. Aunque la libertad de decidir qué ideas nos pondrán en marcha, siempre recaerá en nosotros. En función de esas decisiones, se activarán unas u otras neuronas, pudiendo ser capaces del mayor acierto, pero también del más tremendo fracaso al mismo tiempo.

Podemos imitar a las neuronas que se conforman con las limitaciones que les impone una médula espinal fracturada a la altura de las vértebras cervicales y resignarnos como ellas a no poder mover nuestros miembros nunca más y quedarnos como vegetales, dependiendo por completo de nuestros cuidadores y viviendo como meros espectadores de las vidas de otros. O, por el contrario, podemos decidir imitar a las neuronas que se multiplican en una placa de Petri para seguir retándonos con nuevos objetivos, que nos permitan sentirnos más vivos y más esperanzados.

Seamos proactivos. Abramos más ventanas y exploremos más mundos dentro de nuestro propio mundo. Aunque nos parezca una quimera, todo está aún por descubrir y por construirse.


Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749

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